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HABLANDO DE AFILADORES Y LAÑADORES CON FRANCISCO MARTÍNEZ

HABLANDO DE AFILADORES Y LAÑADORES CON FRANCISCO MARTÍNEZ

El curioso impertinente, revista de la Asociación de Escritores de Castilla La Mancha.
núm 4, pp.89-95.

Voy andando por la calle y de repente un sonido me remonta a mis años mozos. Es una breve melodía que hace progresar las notas de graves a agudas y viceversa, como si fuera una escalerilla musical. Es el sonido del "chiflo", esa pequeña flauta de Pan, que anuncia la presencia del afilador, hoy día hecha de plástico, aunque antes era de caña, e incluso de madera, con forma de caballo.
Es un oficio, el del afilador, que según parece nació en el siglo XVII en Galicia, y más concretamente en la pequeña población de Luintra, perteneciente al municipio de Nogueira de Ramuín en la provincia de Ourense, cuando apareció por esa población un afilador ambulante, de origen desconocido, con su rueda de afilar deteriorada buscando un artesano que se la pudiera reparar. Finalmente dio con un carpintero que accedió a ello. Arregló los desperfectos de aquella rara herramienta y a su vez dibujó un esquema para poder hacer una replica de la misma en su taller. Y como testimonio de ese hecho, desde el año 1971, en la plaza de Luintra se levanta un monumento, obra del escultor Buciños, dedicada Al Afilador.
Sea o no ese su origen, el caso es que en el siglo XVII, la figura del afilador estaba presente en la sociedad gallega, como lo demuestra el lienzo que se puede contemplar en el Museo Hermitage, de San Petersburgo, atribuido al orensano Antonio de Puga (1602-1648) que lleva por título El afilador de cuchillos. Y tendrán que pasar dos siglos, para que otro pintor español, en este caso Francisco de Goya (1746-1828), plasmara en una de sus obras ese noble oficio con la obra El afilador, el cual se puede contemplar en el Museo de Bellas Artes de Budapest.
Pero no tan solo la pintura ha dejado su impronta en la figura del afilador, sino que también lo ha hecho la literatura. En este caso es el canario Benito Pérez Galdós (1843-1920), el cual, en La corte de Carlos IV (1873), dentro del segundo volumen de los Episodios Nacionales, nos sitúa al protagonista, un jovencísimo Gabriel Araceli, departiendo con el amolador madrileño Pacorro Chinitas, un personaje, del que Gabriel dice: «que tenía establecida su portátil industria en la esquina de nuestra calle. Me parece que aún estoy viendo la piedra de afilar que en sus rápidas evoluciones despedía por la tangente, al contacto del acero, una corriente de veloces chispas, semejantes a la cola de un pequeño cometa; y como era mi costumbre no apartar la vista de la máquina mientras hablaba con el Júpiter de aquellos rayos, el fenómeno ha quedado vivamente impreso en mi imaginación».
E incluso la poesía se ha hecho eco de este oficio. Como ejemplo, unas estrofas del poema El viejo afilador del poeta salmantino José Luis Puerto (1953- ):

El viejo afilador llegaba por otoño
En pobre bicicleta de abandono oxidada [...]
Y al morir de las hojas sonaba su instrumento
Que caía en las calles anunciando su vuelta [...]
Bajaban las mujeres de las oscuras casas
Llevándole tijeras, petallas o cuchillos [...]
Y el viejo afilador hacía girar la rueda
Y aguzaba los cortes y aguzaba los pechos [...]
El viejo afilador marchaba en el crepúsculo
Y en lentas pedaladas se perdía en la noche.

Monumentos, poemas,... para recordar a ese personaje ambulante tan tradicional de la vida urbana en los pueblos de España que hoy en día está en proceso de desaparición, ya que cada vez es menos frecuente escuchar el sonido característico de su flauta.
Por suerte, hoy por hoy, no podemos decir que en Valdepeñas no podamos escuchar ese sonido tan familiar del chiflo que nos remonta a nuestros años de infancia, ya que tenemos a Paco, que con su bicicleta, (modificada en su parte trasera para dar cabida a la piedra de afilar), recorre las calles de la ciudad, ofreciendo sus servicios a todo aquel que necesite sacar filo a sus cuchillos, tijeras, navajas y otros instrumentos de corte.
Francisco Martinez Sirvent, al que todos conocen como Paco, es un granadino, hijo de padres cordobeses, afincado en Valdepeñas desde hace casi medio siglo. Sus padres, eran, como el mismo Paco dice, "errantes". Iban con un carro y una mula, de pueblo en pueblo, allá donde su oficio, el de lañador1, les llevara. Un oficio, que como otros muchos, ya ha pasado a la historia. Por eso aprovecho para que me cuente en que consistía ese oficio.
Cuando llegaban a un pueblo, su padre montaba su improvisado taller en cualquier portal de una casa, cerca de algún lugar concurrido, donde las vecinas pudieran acudir con esos cacharros de cocina que tenían agujereados para repararlos: cacerolas, sartenes, pucheros, lebrillos, etc. Eso le llevaba un par o tres de días y cuando terminaba el trabajo, montaban en el carro y para otra población. Y fue de este modo, estando varios días en una misma población, que a Paco le vino la inspiración. Tendría 9 o 10 años y la familia se encontraba en Ossa de Montiel, una pequeña población de la provincia de Albacete, en donde la estancia se alargaba unos días más ya que había una posada en la que se instalaban. Allí había un gallego, de nombre Aurelio, que con su bicicleta adaptada, se dedicaba a afilar los cuchillos de los vecinos. Y mientras lo hacía, Paco no le sacaba ojo de encima. Y así un día y otro día, hasta que al final tomó la decisión: quería ser afilador. Y así se lo hizo saber a sus padres, a los cuales no les pareció mal, de modo que el siguiente paso fue comprar un bicicleta y adaptarle una polea y una piedra... y cargarla en el carro. De este modo, al llegar a la siguiente población, mientras el padre ofrecía sus servicios de lañador, él ofrecía los de afilador, por los que cobraba una peseta.
Eran unos años en que había muy poca competencia, de ahí que aunque era muy joven no por eso le faltó trabajo. Y así fueron pasando los años, hasta que una vez terminado el servicio militar, se despidió de sus padres y se vino a vivir a Valdepeñas.
Bicicleta, motocicleta y finalmente una furgoneta, dentro de la cual llevaba el carro de afilador. Una vez en tierra, como si fuera una carretilla, empezaba a recorrer las calles del pueblo, mientras se anunciaba con su típica melodía. Y cuando se le requerían sus servicios, volteaba el carro, ajustaba la correa al aro de la rueda, pisaba rítmicamente el pedal de tabla, con lo que la piedra empezaba a girar y, nada más acercarle un cuchillo o unas tijeras, empezaban a saltar las primeras chispas.
De esa guisa, empezó a recorrer buena parte de las provincias de la geografía manchega, así como de la andaluza: Ciudad Real, Cuenca, Albacete, Córdoba,... en unos años en que incluso tenía rutas solo de restaurantes, entre ellas una que iba de Sisante a Motilla del Palancar, ambas en la provincia de Cuenca. Y es que como cuenta el escritor orensano Xaqín Lorenzo Fernández (1907-1989) en su libro Os oficios, el aspecto más relevante del afilador es su constante viajar, tal y como queda reflejado en esta canción:

Afilador andareiro
que correl-a terra toda:
no pares no meu portelo
que non quero home con roda.

Pero de eso ya han pasado unos años. Hoy en día hay menos trabajo y Poco a poco se va perdiendo el oficio. Se compran herramientas que no se pueden afilar, los restaurantes tienen sus propios maquinas de afilar,... recuerda cuando se hacía la matanza del cerdo, cuando iba por la calle y le llamaban por todas partes...
Era en unos años en que en Valdepeñas había tres afiladores más, todos ellos gallegos. Uno que vendía correas, en el Canal, antes de la riada de 1979. Otro que se llamaba Juanillo, que vivía cerca de donde está el monumento del Gañán. Y luego estaba Cesar, que se ha jubilado no hace mucho, que tenía una tienda en la calle Real, aunque la hija sigue con el oficio.
Pero los años no perdonan, de ahí que haya dejado de hacer rutas y se dedique solo a la ciudad que lo acogió hace medio lustro. Cada mañana coge su bicicleta y callejea por todo Valdepeñas, un día en un barrio y otro día en otro, ofreciendo sus servicios al son de su chiflo. Y aunque ya tiene edad para jubilarse, le gusta su oficio; le gusta andar por las calles; le gusta hablar con las gentes; o sea que, mientras pueda, se mantendrá en el oficio, afilando cualquier cosa que tenga filo, incluso cuchillos de sierra, guadañas u hoces de segar, entre otros.
Y la verdad es que es de agradecer el pasear por las calles y oír a lo lejos esa melodía tan característica, que, a los que ya tenemos una edad nos trasporta a nuestra niñez.

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